miércoles, 13 de octubre de 2010

UTILITARISMO ÉTICO



La ciencia política ha desarrollado talentos que, repasados con el prisma de los años, han concluido en graves desagravios y decepciones, miseria y conflicto. Desde que F. Revel anunciara que la primera de las fuerzas que mueve el mundo es la mentira, y el libro negro nos desvelara las barbaries cometidas en nombre del interés general, han trascendido los partidos y los líderes, las esperanzas y las culpas.
Tras el descubrimiento de la gran mascarada de la izquierda, que prometió el ideal de un hombre que siempre está por llegar, se auspició la denominada tercera vía, o la reinvención de la historia del republicanismo cívico de Petit y John G.A. Pocock. Pero la crisis apareció y no sólo se consiguieron mayores libertades y avances, sino más miseria, menor libertad y, en definitiva, menos oportunidades.
Es cierto lo que decía el sabio. Los hombres no han conocido mejor forma de avanzar, de resolver los problemas y entenderse que la política democrática, la sociedad liberal de derecho. Aunque éste sea el mejor de los sistemas, exceptuando todos los demás.
Hoy día, en que las posiciones ideológicas e identitarias han dejado sólo al nacionalismo como reducto decimonónico. Cuando izquierda y derecha se ha diluido en un caldo de indeferencia, es preciso rescatar la audacia de la esperanza.
El ciudadano busca, desesperado, respuestas. Los líderes políticos se ausentan de las visiones de Churchill, Monet y Ortega, parecen evidenciar que sólo hoy importa, desechando el mañana, como el Ministro Corbacho, para el que venga trague con el marrón. Es una pena.
En mi humilde opinión, en éste estado de cosas, se ha acabado una forma inexpugnable de hacer política. Las castas como los viejos pingüinos, vociferan que cualquier tiempo pasado fue mejor, inmóviles sobre un iceberg que se diluye lentamente en el océano. Son las masas las que determinan finalmente las grandes evoluciones. Y predomina la moral utilitarista y liberal.
El ciudadano no quiere que los políticos, a los que entiende como despilfarradores e ignorantes, gestionen sus impuestos, por ende, se rebelan a pagarlos. Aflora el fraude fiscal, la desidia y el desorden y surge el caos. Establecen que “no es justo”.
¿Es posible cambiar ésta imperante concepción de la justicia?
No han sido pocos los que han teorizado sobre tales argumentos. Desde J.Stuart Mill hasta Rawls, y tras su estela, Nozik, han derivado en una deconstrucción del principio de justicia en las sociedades modernas.
Parece evidenciarse que el ciudadano no pide que gobiernen los filósofos, como mantenía Platón, ni siquiera solicita, tristemente, que lo hagan los mejores, como prefería Ortega. Únicamente auspicia que exista la eficiencia en la gestión pública, convivir en una sociedad libre y en paz, amén de tener cierta seguridad en el futuro. Esta tesis se acerca a la defendida por Ralph Dahrendorf hace veinte años, y sigue vigente.
Parece evidenciarse que es preciso un utilitarismo ético: partiendo de la base que la acción gubernamental debe proporcionar el mayor bienestar para el mayor número y que el ser humano no es infalible y no aprende más que de los errores, se propone una gobernanza eficiente y ética. Un sistema político que merite a los mejores, que premie por encima del resto al esfuerzo capaz y útil, a la audacia. Y que, al tiempo, teja una red por debajo de la cual no puedan caer los que se han quedado en la retaguardia.
No una red de subsidios, sino de soluciones. Una herramienta caritativa con los incapacitados: ancianos, minusválidos, desamparados…En un sistema que deslegitime al superviviente estatal. En definitiva, una sistema que permita que cada cual pueda prosperar sin más límites que los que le han sido conferidos por su talento.

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