martes, 1 de diciembre de 2009

NUESTRO TIEMPO

El individuo nace libre, aunque desamparado. Los hombres, han decidido unirse históricamente para afrontar con mayores garantías las circunstancias del porvenir. Es por lo que, de esta forma, nacieron siglos más tarde sociedades civilizadas, la comunión es interesada y, hasta hoy, juntos hemos sido capaces de lo mejor y de lo peor.

La evidencia no debe llevarnos a detestar tan biológicas conclusiones, por simples. Se quiere decir con ello que el hombre, antes que social, es ser humano, individuo. Las estructuras de poder se han articulado desde que el hombre existe y conoce al otro.

Llegados a éste punto, uno debe sincerarse al no poder ofrecer una historiografía detallada del gobierno. En España, tras la dictadura que dura hasta 1975 y la aparición de la democracia en el 78, tenemos como epicentro expansivo de nuestro sistema de libertades, permítanme, la Constitución de 1812. No enunciaré que previamente había barbarie, pero es cierto que nace entonces un sistema de articulación administrativa y política moderno.

Cierto es que estos sistemas, llámense dictaduras, democracias populares, asamblearias, Monarquías parlamentarias o repúblicas, todos ellos comparten un sino; se componen de hombres. La evidencia no debe sustraernos de la cualidad esencial de su progresión. Bajo el amparo del “interés común”, del prometido día que siempre está por llegar, se han auspiciado barbaries, desde la Rusia de 1917 hasta la Dictadura castrista vigente pasando por la incomprensión coreana, o la autarquía “popular” de China.

Para qué existe el Gobierno?. Cuáles son los parámetros de su legitimidad?. Por qué se toleran los excesos, se encubren y aún se defienden en perjuicio de la realidad?. Al albur de la realidad, se da vida propia a las Instituciones y Partidos, como si éstos tuvieran derecho por encima de los individuos y en adición, prevalentes. Frases como “el partido”, o “…la democracia”, o “…Cataluña”, “el Estado Español”, etc. Se erigen dos discursos: el tan traído oficial, que tutela a los individuos en un sistema de verdades relativas, preocupado en someter un unívoco concepto de verdad cada cuatro años en unas elecciones. Y junto a él, otro real, auspiciado por miles de historias compartidas que siguen sin ver, tras mirar con las lentes de los estamentos, la realidad publicada en pos de la que padecen, que es aquella que hace variar las cosas.

Las críticas no pueden repeler la evidencia que, con excepción de todas los demás sistemas de gobierno, ha sido la democracia liberal el sistema que mayores cotas de estabilidad y bienestar ha traído a los hombres. El mantenimiento de la libertad, de ésa democracia no nace de voluntades algodonadas, sino de la diaria determinación y defensa de las circunstancias que la hacen posible: desde la realidad, la visión crítica y la razón de los hombres, de las personas.

Una política de raza, Loyola de Palacio, dejó escrito que “…sólo se pierden aquellas batallas que no se dan”. Ésa el la premisa para contraatacar en una ofensiva realista a una verdad impuesta. La enunciación que en política las decisiones sí tienen consecuencias, que existen derechos fundamentales, separación de poderes, Constitución y Ley, principios y valores. Y que éstos los ostentan inexorablemente las personas, que son las que diariamente dan forma al traje a medida de la realidad, sin ellas todo sería evanescente.

Yo creo que hay miles, millones de españoles esperando que alguien los llame. No para cualquier recado, sino para abordar con firmeza los grandes temas del futuro de éste país. Pienso que compartimos más cuestiones de las que nos separan y que alejados del buenismo o del relativismo, afrontamos el futuro convencidos de nuestras posibilidades y responsabilidades éticas con nuestros principios y valores. Están esperando que alguien los llame y digo yo que si nadie les llama, si ninguno de los cauces quiere poner la realidad a caminar para cambiar las cosas. O si no se ven con fuerzas suficientes para iniciar la empresa, yo propongo, querido lector, que empecemos por hacerlo nosotros. Sí, ha oído bien, usted y yo.

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