miércoles, 11 de noviembre de 2009

EJEMPLARIDAD PÚBLICA

El futuro de las oportunidades que hacen progresar, de aquella parte de las personas que actúa con audacia, ya no será una disquisición entre débil y poderoso, sino entre rápidos y lentos. Prevalecerá la agilidad por encima de la estructura, las ideas sobre la fuerza. Las estructuras de poder no sólo son ya patrimonio de los grandes, fuertes y poderosos. Existe un nuevo paradigma intersicial; y es allí donde surge y se mueve la novísima legitimidad cambiante.

En este nuevo escenario no prima el marketing o la publicidad, sino la reputación.

Tras la crisis moral de la legitimidad del poder por la voluntad mancillada por la caridad aritmética de los pactos inter-partidos y demás, que se asemeja más a lo que dicta la providencia en forma de plebiscito decadente, pasamos a una reafirmación de la humanista virtud. Sólo puede salvar la abulia política española una inexorable ejemplaridad pública de una clase política virtuosa. Todo ello, huyendo de la simplista tecnocracia, o siquiera del populismo. Retornando a aquella idea romana del tribuni plebis como contraposición al poder fáctico, que en la curia romana representaban los cónsules y hoy, otros políticos, el sector bancario y grandes empresarios.

Se trata de contraponer voluntad a necesidad, virtud al oportunismo y honorabilidad a la corrupción.

Es muy sensato acudir siempre a los más esenciales elementos para las grandes cuestiones, la resolución de los desafíos a los que todos nos enfrentamos no puede abordarse sino con amplias y despejadas posibilidades, animados horizontes que diría Ortega. Es una vuelta a lo esencial con matices. A lo mejor por encima de lo bueno, al centro como vértice del interés general.

Un histórico político español reseñaba recientemente que para el ejercicio de la política había que contar con los mejores. Pues eso. Atrás deben quedar los profesionales sin oficio que se dedican a la cosa pública, los elementos oportunistas y los amigos de lo ajeno. Por eso es imprescindible un código ético para la transparencia, que abogue por una honorabilidad irreprochable. No significa eso, como resalta en su último libro Gomá, que la vulgaridad de los políticos deba saldarse con la aprobación de cientos de normas hiperregulatorias; no es eso. Ya que no es posible contar con un gobierno de filósofos, permítanme ansiar a los mejores para regir nuestros destinos. Que sean ejemplo de hacer y de vivir, un frontón en el que hacer rebotar las ansias y preguntas que nos hacemos como sociedad ordenada y civilizada, ejemplarizando la virtud, premiando el sacrificio y el esfuerzo, escogiendo a los mejores. Hay que “aristocratizar” la política, no en el sentido nobiliario del término, sino en el etimológico de gobierno de los mejores, en el de la ejemplaridad, la ejemplaridad pública.